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VICENTE DE LERINS

MEDIR EL TIEMPO, por Vicente de Lerins (Para Míguel y Consuelo, con afecto y cariño)

MEDIR EL TIEMPO,   por Vicente de Lerins (Para Míguel y Consuelo,  con afecto y cariño)

“Cómo quieres que mida el tiempo, me respondes aturdida a mi pregunta de cómo medir un segundo con la precisión de un cirujano”

Y me río y te describo cómo se mide un segundo, cómo el hombre es capaz de medir un segundo e incluso llegar a calcular unidades subordinadas aún más breves y perentorias, y poder acotar el cronometraje de ese tiempo irrisorio. Y no te lo crees, y meneas la cabeza negando mientras prendes otro cigarrillo y me miras recelosa detrás de la leve cortina de humo que nos separa. Y vas consumiendo segundos igual que consume la ardiente brasa, poco a poco y tenazmente el cigarrillo en tus labios descreídos. Y comienzo a contarte la historia del hombre que mediría un segundo o un tiempo más leve de habérselo propuesto...

«Miguel es un joven moderno y alegre, alto y delgado, treintañero, bien preparado, con carrera universitaria suficiente para afrontar cualquier trabajo que le ofrezcan, buen cumplidor de horarios y responsable en su puesto de trabajo con el terco empeño de un picapedrero. Tiene en su saldo deudor ser un poco motilón, tener esa calvicie incipiente de joven instruído que deja descubierta las sienes y el pelo superior raído, como lanoso. Cada mañana al salir de casa, donde vive hospedado en la pensión que regentan sus propios padres por ser el piso familiar, comienza a medir el tiempo: El tiempo que tarda en bajar el moroso ascensor de vivienda barata, del portal al Metro, el viaje en Metro, el transbordo, el autobús de Legazpi a Usera que lo dejará finalmente a pocos metros de su lugar de trabajo, como unos cien metros que Miguel tarda exactamente en cubrir doce minutos con treinta y seis segundos. El total del tiempo transcurrido desde la salida de la casa de sus padres fue de una hora cuarenta y seis minutos con veinte segundos...

Y es que para Miguel medir el tiempo no es una cuestión baladí, es vital en su puesto de trabajo al que llega corriendo, ficha en ese reloj especial que también mide su tiempo, teclea su código en el terminal del puesto que conmuta los tiempos de descanso, se coloca los cascos y a escuchar...bueno a sentir a la gente, a redactar, ...”Que persona/s desconocidas han sustraído...”, a oir penas y calamidades más que alivios y alegrías, “la cartera...”, a auscultar y deducir qué y quien hay más allá, “ del interior del bolso...” , al otro lado de la línea telefónica , “ que portaba colgado del hombro...”.

Mientras alguien, un compañero/a cercano/a pulsa el mute y grito/a “¿inglés?”, otro/a chillo/a “¿alemán?”, un profano ciertamente se perdería en esa maraña de lemas, no sabría exactamente qué estarían buscando en esa selva del lenguaje, si apellidos, alias o traductores/as. Y Miguel ve en la pantalla los tiempos de llamada y en espera de llamada, “¿Desde qué provincia me llama?...” y calcula de nuevo el tiempo, los segundos, las fracciones cortas de segundo certeras para despachar convenientemente “¿A qué lugar se la envío?...” y educadamente “ Tome nota de este número, por favor....” , despedirse del dicente “Gracias a Usted, señor/a por su llamada...” Detiene el conmutador para comer y éste le devuleve unos pitidos agudos y desiguales como enfadado por su fugaz ausencia, mientras el tiempo sigue, corre y vuela en su contra sin que pueda detenerlo ni apearse. En el momento que Miguel vuelve a la sala de máquinas después de haber comido, ya ha entrado otro turno, y Consuelo, una joven atractiva y elegante, "una mujer de raza blanca, de pelo rubio y melena..." con una belleza natural de perfil griego, saluda a Miguel con un gesto de la mano mientras habla quedamente: “¿Dígame, qué le ha pasado?...” y comienza a redactar "Que persona/s desconocida/s...", mientras sigue escuchando callada "...del citado vehículo de su propiedad...." absorta Consuelo ahora en su menguado y monacal silencio "sin que se percatase del hecho ....".

Cuando sale Miguel del trabajo, después de haber fichado en la máquina del tiempo, ya ha caído la noche en el Madrid periférico, extraño , de inmigración. Comienza a contar el tiempo...midiendolo nuevamente con la misma precisión de un metrónomo o de un cirujano, porque ahora no vuelve a casa de sus padres de retirada buscando el descanso, no, ahora comerá un bocadillo en un bar sucio, con el suelo encharcado de restos de comida y servilletas y un persistente olor a frituras, y fichará de nuevo en el reloj de su segundo trabajo, tic-tac, que mide las décimas de segundo perdidas en el misterio de la noche: grabará datos de informática...hasta el Alba, siguiendo Miguel con la misma delicadeza ejemplar dividiendo el tiempo, midiendo y precisando el tiempo que lleva y el que le resta por llegar a su casa, a casa de sus padres, así "in secula seculorum...sin que se percatara de los hechos”...».

NA.: No son exactamente así las vidas de Míguel y de Consuelo, pero sí las de miles de jóvenes españoles que se merecen algo mejor.

1 comentario

carlos miranda alvarez -

como se mide exactamente un segundo??