SENSACIONES DEL ALMA, por Teresa D.S

De nuevo se repetía esa sensación de la que quería escapar. Se veía mirándose desde afuera, como si fuera una extraña: No era tan ajeno el paisaje como ella misma. Un viento fuerte se hizo presente. Su estremecimiento; el frio, el sentir ; lo recibió como el regalo que llevaba mucho tiempo esperando. Ella se erizó y el aire se enteró al pasar varias horas... y lanzó varias ráfagas mas de júbilo. Esta vez tibias, esperando que le llegasen. Y ella palpitaba, todo lo tenía presente pero nada le producía la emoción que esperaba, que necesitaba... tenía la impresión de que todo le era extraño. Pero de eso el viento estuvo ajeno. Y ella siguió ahí. Sus vellos erizados la habian esperanzado... pero era una ilusión... seguia ajena. El viento detuvo sus ráfagas al ver que no la comovian y feliz siguió su recorrido milenario.
Una ráfaga de aire helado la sobresaltó. Con lentitud sacó la ligera manta que siempre llevaba cuando salia al monte. ¡ Qué calidez proporcionaba el gesto de envolverse en ella !
Inerte, de pié en el despeñadero se dedicó a bucear en su interior a la búsqueda de las sensaciones perdidas. La quietud de su cuerpo le ayudaba a concentrarse en sus sentidos . La respiracion se fué ralentizando y poco a poco la serenidad se fué haciendo presente.
Inmovil pasó el tiempo hasta que una inspiración profunda, intensa, le arrancó una sonrisa. Dobló y guardó de nuevo la manta. Cargó su mochila azul, compañera de tantos buenos momentos ; y se dispuso, ya con otro ánimo a descender por la otra ladera, que nada tenía que ver con lo abrupto de la subida.
Su paso era más ligero, pero aún así se iba recreando en el sol, su calidez y su luz: Un paseo entre encinas y jaras que diluyó la pesadez de su ánimo .
El día terminaba mejor de lo esperado , tranquilo y agradable, cálido. Se encontró con sus amigos frente a una chimenea que quemaba lentamente y con suavidad los troncos un poco retorcidos de una vieja encina . Unas copas de buen tinto acompañaron su charlas y risas. Risas que esta vez nacían en su alma. La sobremesa larga ... muy larga se unió a un reconfortante cafelito, que no eran personas de licores, cubatas y esas zarandajas. En los ratitos de sol paseó por el jardin y cojió unas flores silvestres que han crecido sin consentimiento, y que sus amigos se resiten a cortar. Eran flores pequeñitas en ramillete: blancas y el borde de los pétalos malvas , si hueles las flores son de un olor delicioso , delicado pero penetrante; pero si hueles sus raices o el corte de sus tallos huelen a ajos... si a ajos... la cara y la cruz... un contraste interesante que confirma que siempre predominará lo hermoso ... sus flores y su delicado aroma. Se las llevó a su casa , eran bonitas.» T.D.S. Sevilla, agosto 2005.
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