EL SALTO DEL TIGRE, por Vicente de Lerins
«Afuera seguía lloviendo. El agua caída a lo largo de toda la mañana, se recogía ahora dócilmente para ser amasada más tarde con la tierra y formar un grumoso , primitivo y sustancial caldo de cultivo. Los dos habían llegado al mismo tiempo y se encontraban a cubierto, secos, bajo la marquesina que lubricada constantemente por el agua aparecía ahora encarnada y rutilante a la mirada lasciva del hombre. Rodeados ambos por pequeños islotes de tierra que pugnaban por emerger sobre los grandes charcos de agua que se iban formando en medio de otros aún mayores, charcos de un agua remansada, terrosa y sucia. Avelino Moratalla le había echado el ojo bueno, el sensual, el obsceno ojo derecho desde que la vio llegar. Hoy era su día. Avelino había salido “de caza” y no pensaba regresar a casa sin haberse cobrado al menos una pieza. Así, mientras ella estaba allí, tranquila, seca, la mirada al frente a un horizonte inexistente que podría ser el horizonte gris de la mar bajo la cúpula esférica, sin percatarse de su presencia o de haberlo advertido, haciéndose sencillamente la “interesante”, lanzando a veces con sus ojos grandes y abultados una mirada oblicua de soslayo, acompañada de un ligero mohín desdeñoso, huérfana de lujuria y sosiego, segura como estaba de la lejanía que aún les separaba, “distancia de seguridad” que ella mantenía como una necesidad vital. Y no se equivocaba.
Avelino intentó una aproximación directa, frontal, y lo hizo poco a poco, como un gran felino cazador, sabiendo que cualquier movimiento en falso delataría su presencia y la huida de ella sería inmediata y definitiva. Ella seguía ojo avizor, sin fiarse ni un pelo de sus intenciones, y como no hizo gesto alguno de desagrado que hubiese frenado en seco a Avelino, le dió a éste más fuerza, como más “confianza en sí mismo” al pobre de Avelino que se planteó mentalmente, en millonésimas de segundo un ataque táctico para la captura y rendición total de su potencial presa femenina. El siguiente trecho que debía cubrir Avelino para cerrar distancias, sería el más peligroso, resbaladizo –también por el agua y el suelo-, y trascendental (al menos para ella). Se preparó a conciencia: No deseaba que por nada del mundo ella se percatara de sus silenciosos, raquíticos y casi imperceptibles movimientos de acercamiento. Menos mal que hoy no se había puesto gomina ni colonia, su Varón Dandy permanente de fuerte y rancio olor meloso le hubiera delatado. En este tramo final, el más arriesgado, le comenzaron a traicionar sus nervios: empezó a sudar, primero por la frente, mas tarde por el cuello y el pecho, eran gotas frías que le paralizaban; su ojo libidinoso comenzaba un parpadeo involuntario, sin lograr ajustarlo, impidiendo un a apreciación justa, tensa, “Un ojo traicionero que habría que extirpar de cuajo” pensó él en el momento más delicado. Sus manos, anchas y blandas, con los dedos como porretas, pequeños cucuruchos articulados, diríase que no le iban a responder convenientemente ante el temblor que se iniciaba, un tamborileo, un baile de San Vito más bien. Aún así volvió a dar varios pasitos, cortos e inapreciables y como quiera que ella seguía allí, con una pasmosa serenidad de estatua, con su piel humedecida por el día lluvioso, aunque a Avelino esa piel se le antojó lubricada y erótica hasta la perdición, cubierta de un verde y fulgurante chubasquero que la emputecía vilmente, decidió jugárselo todo a una carta. No podía volver sin algo “que llevarse ala boca”.
El último minuto fue capital, metafísico.
Ya estaban los dos “excesivamente” cerca, casi a punto él de sobrepasar el “anillo de seguridad” imaginario que ella tanto se había cuidado de mantener a toda costa. Fueron unos segundos que resolvieron el ataque y la defensa postrera. Parado muy cerca de ella, Avelino con una ligera inclinación hacia atrás sacó el palo que llevaba escondido y echando el cuerpo hacia delante prodigó un solo y certero garrotazo con todas sus fuerzas... Ella, como un muelle, ya había extendido sus largas ancas traseras y volaba materialmente hacia el fondo del charco...Un largo “croaccc.....” se vio aumentado por el estallido al romper la superficie del agua. El croar bravo y lento de la rana y el chasquido del agua resonaron en la alta bóveda, la esfera húmeda de la burbuja donde se encontraban... Y afuera seguía lloviendo...»
VdL
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