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VICENTE DE LERINS

GRANJA DE LAS PIEDRAS, MI PUEBLO-CALLE, por Vicente de Lerins

GRANJA DE LAS PIEDRAS,  MI  PUEBLO-CALLE, por Vicente de Lerins «Yo nací en Granja de las Piedras. Entonces Granja de Las Piedras era un barrio obrero diferente. En un principio sólo había una granja y el camino. Una granja con vacas y gallinas de nombre «Granja de las Piedras». Una granja desmedida, como una nave industrial decimonónica varada en un verde prado, enjalbegada, rodeada de terrenos de labrantío. Más tarde, a la llamada de la construcción de la Central Térmica fueron llegando los obreros, que poco a poco y con gran esfuerzo compraron pequeñas y suficientes parcelas que le proporcionaban vivienda, substistencia y vida. Sus casas se vertebraban, agrupadas en pequños núcleos de tres o cuatro, a lo largo del interminable camino terrero, su verdadera columna vertebral. En un despliegue de talento e imaginación algún lumbrera denominó a la Granja, camino y barrio con el mismo nombre «Granja de las Piedras». Todo el camino estaba salpicado de piedras incrustadas, unas mas grandes que otras pero todas eran cantos rodados de panzas pulidas y radiantes en las noches de luna llena. Una ancha cuneta de tierra plagada de hierbas y matas en una orilla y una pequeña y estrecha acequia de agua por el margen opuesto delimitaban y flanqueaban ciertamente el camino sin aceras, con abundantes socavones que los vecinos arreglaban de forma colectiva y paciente las mañanas de domingo en un rebullir frenético de hombres y chavales, de palas, rastrillos y carretillas, de trasiego de grava, tierra y arena, voces roncas de hombre y correr de botas de vino. Todas las casas se parecían; sobre la parcela se erguían viviendas de una sola planta baja, con bodega y desván en la parte superior; cubierta de pizarra negruzco-azulada, típica y abundante en la zona de La Cabrera (por entonces aún se llamaban Las Hurdes). La parte trasera de la parcela se aprovechaba como huerta, auténtico vergel de regadío donde cosechaban lo mas necesario. Al caer la noche en cada casa encendían la radio como un rito o como si de un exorcismo se tratara y salían ruidos hechizados, agudos chillidos de viejas y grandes radios colocadas sobre lustrosos aparadores que presidian pequeños comedores. Las radios tenían una carcasa de madera exterior, en la inferior teclas blancas de hueso como las de un piano y en el frontal dos botones redondos y nacarados, simétricos uno a cada lado, que regulaba el volumen uno y la sintonía el otro. Sintonías que recorrían paises y ciudades exóticos, remotos a los que nunca llegarían los escuchantes y estaban alli, tan cerca escritos al tresbolillo sobre un panel frontal de cristal por detras del cual se movía la pesada aguja del dial: Paris, Londres, Bordeaux, Munich, Andorra, Sevilla, Barcelona...su búsqueda arrancaba chirridos seguidos de voces gangosas que aparecian como por ensalmo en extraños y lejanos idiomas incomprensibles, a veces en algunas casas y siempre en la de Villagarcía, aquella saetilla se paraba en un punto del dial prestablecido, marcado y entonces empezaban a sonar unos acordes suaves de xilófono, modulados y que se recibían a golpes, como ráfagas de viento: « habla Radio españa independiente estación pirenaica...» y los obreros de Granja de las Piedras creían que estaban escuchando una Radio conocida, cercana y familiar que estaría emitidiendo no mas lejos de los Pirineos... tendrían que pasar mas de veinte larguísimos años para saber con exactitud la procedencia de aquellas ondas...». Vicente de Lérins

1 comentario

ALBERTO -

Durante mucho tiempo mis abuelos vivieron en Granja de las Piedras, y allí mismo trajeron al mundo a mi madre. ¿Cómo podría conseguir alguna foto de la calle-pueblo? Gracias.